Coincidimos en el 27. El subió en Colón, empapado. Unas
gotas de agua resbalaban desde su pelo negro y caían, lentas, sobre sus
hombros. Me miró y sonrió. Durante unos segundos esos ojos reflejaron los
prados verdes de mi adolescencia, las tardes de sandías junto al río y el olor
a testosterona de las noches. Los mismos ojos, el mismo pelo cayendo indolente
sobre su frente y esa sonrisa que me persigue desde hace cuarenta años.
Me bajé en Atocha, nerviosa y azorada como una adolescente.
El me dijo adiós con un parpadeo. Caminé deprisa hasta mi portal, tratando de
escapar a mis recuerdos, de borrar los ojos de aquel que pudo ser el hombre de
mi vida, de éste que pudo ser mi hijo. Corrí, apoyada en mi bastón, huyendo. Entré en el portal tropezando con la
alfombrilla. Trastabillé y me equilibré, después se me rompieron los tacones,
se me craqueló el maquillaje, las canas me arrollaron y el alma, encogida, la
deposité junto a mi dentadura en el vasito de la mesilla.
RELATO GANADOR EN
"A MANSALVA" EN LOS LOS DIABLOS AZULES con ISABEL GONZÁLEZ
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