Desayunaba con la sección internacional, deportes lo
reservaba para media mañana, ciencia y cultura le animaban la tarde. Al
anochecer, Gladys se despedía de él con un buenas noches y el periódico del día
bajo el brazo. El, cada mañana, descubría el mundo con tinta recién impresa,
mientras ella canturreaba por la casa.
Empezó a pensar que ese atentado
estaba durando mucho, su equipo de fútbol perdía de nuevo y los estrenos de
teatro le sonaban muy familiares. Las hojas estaban perdiendo tersura, y las
letras se desdibujaban, pero el periódico seguía en la mesa cada mañana, junto
a su tazón vacío.
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