martes, 13 de marzo de 2012

CANCIÓN DE CUNA PARA UN MIRLO COJO


Salió al jardín y se sentó en la tumbona, frente a la montaña. Era una mañana fresca, con el sol oculto por algunos jirones de niebla trepando por las laderas. Iba a comenzar a leer cuando, por el rabillo del ojo, un movimiento le hizo volver la cabeza y sonreír. Allí estaba el mirlo cojo, caminando a saltitos cerca de ella, a la caza de algún insecto. Lo vio capturar un saltamontes, sostenerlo en el pico y escabullirse entre las ramas camino del nido.

Una mañana, tiempo atrás, había peinado su cabello, algo canoso ya, y había dejado sobre la hierba un montoncito de pelos que habían quedado enganchados en su cepillo. El mirlo los había cogido y se los había llevado al nido. Sería lana de nido, lecho de alguien. Esos tres huevos, si llegaban a nacer, serían como sus nietos.

Ella leía mientras la niebla levantaba, y de pronto, unos pajarillos negros con el pico amarillo como baberos de niño bien, comenzaron a aletear en el tibio aire de la mañana. Entonces, muy despacio, comenzó a entonar una canción de cuna. La niebla había despejado y el sol ya iluminaba la cresta de la montaña.

2 comentarios:

  1. Qué sensación más buena y bien contada, me he sentido perfectamente identificada y casi he podido oir esa canción de cuna.
    Bien por los mirlos y por la abuela, claro. Luisa

    ResponderEliminar
  2. Como suelo decir: hay mucha poesía en esa prosa :)
    ¡Buena historia!
    Un saludo, Marisol.

    ResponderEliminar