–Elijo espada – dijo, desafiante,
tirando el guante sobre la mesa.
–A la primera sangre – contestó
su oponente desde el otro lado.
Se estrecharon las manos. Cerraron el acuerdo.
El padrino, vestido de verde, después de lavarse cuidadosamente las manos,
ayudó al ofensor a colocarse los guantes y la mascarilla. La espada brillaba
bajo los focos, limpia, esterilizada, aséptica. A la primera sangre, murmuró
ella mientras iba contando hacia atrás desde diez.
Al despertar, su pecho izquierdo ya no estaba allí.
Me he quedado sin palabras, es más que indignado, es... no sé cómo se llama, pero te queda sin respiración, literalmente.
ResponderEliminarUn beso en cualquier caso, Luisa
Gracias Luisa... indignadísimo si que es.
ResponderEliminarMAGNÍFICO, no tengo mejores palabras.
ResponderEliminarUn cálido abrazo.